Era una vez, un día de mucho sol, galopábamos con mi tordillo. Salí por la mañana muy temprano, después de una hora de gran trabajo y más horas decidí quedarme corrido. El sol que parte. La sed seca mi garganta, y mi transpiración quema mi piel. Sólo por salir más temprano. Como decía, cabalgábamos rumbo a casa, cuando a lo lejos, un pequeño hombrecillo se veía. Cuando más nos acercábamos mi tordilo relinchaba con furia.
- ¡Arre! ¡Arre! ¡Arre! Mi fiel Amigo. Lo veo frente mío.
- ¡Uopa! ¿Quién eres?
Se ríe desafinadamente.
- Ja, Ja, Jaaa, Ja!!
Sacó la guacha y le di una y otra vez hasta agotar mis fuerzas. De un solo golpe me derribó. En el piso peleabamos. Era como si le pegase a un cartón o a un papel, pero yo a él lo sentía como a una persona de 100 Kg. Era como si me enfrentara a un animal. ¡Pero bueno, esto sólo por quedarme en un horario corrido y volver por la siesta! Por caminitos del monte, en donde por él tengo que pasar, continua y diariamente.
Y hay más y muchos tipos de duendesillos, mucho más.
Por Juan Pereyra, 1º 3ª, Informática "A".
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